Tengo en mi vecindario a
un loco por la música. Sé cuando se levanta y a qué hora se acuesta, cuando está en
casa y cuando no, porque se oye a través de su ventana, música cuando él está
en casa. No falla. Es una regla de tres que no falla: mi vecino y la música van
unidos. No siempre es la misma, por supuesto. Su estado de ánimo define lo que
le apetece escuchar en cada momento y también su circunstancia personal, la hora
del día, si tiene o no compañía... Pero música a todas horas: sutil, mesurada
en su volumen pero perfectamente audible, que le acompaña siempre.
Estoy segura de que mi
vecino también se deja acunar por la música cuando se acuesta y está en ese
momento dulce entre la conciencia y el sueño en el que las primeras imágenes se
forman en el cerebro, y cuerpo y alma suelen disfrutarlas prácticamente al
unísono, antes de desprenderse el cuerpo de su peso, y volar el alma hacia
reinos desconocidos y pendientes de descubrir. La música incita a ese sueño,
empuja a esa calma.
Estoy también segura de que
mi vecino conecta la radio de su coche en cuanto entra en el habitáculo rodado
y se dirige a su trabajo, a sus mil ceras y labores diarias. Estoy convencida de que canta, cuando se detiene en los semáforos, su canción preferida para darse
ánimos, para empujarse a un nuevo día entre el lunes y el viernes. El finde tiene en su música otro cariz,
otro aire, otro entusiasmo y estoy casi convencida de que baila solo en la cocina,
en el pasillo entre la habitación y el comedor, cuando riega las plantas de sus
jardineras floridas.
Siempre feliz, sonriente, energético. Me parece que mi vecino
es un tipo encantador. La música es su vida y lo demuestra en todo momento. Pero
también lo es la palabra hablada, la que permite que le acompañe desde la radio
cada tarde, la que le cuenta mil historias desde el pequeño aparato que se
coloca en el oído y que le pone al corriente de política, de sociedad, de
actualidad, de cultura, de deportes...
Mi vecino alterna con
sabia e íntima decisión aquello que le apetece en cada momento y aunque sé y me
consta, que suele ser fiel a un punto concreto del dial, a veces, cuando le parece,
cambia a otra emisora predeterminada y sigue gozando de su libertad y de su
placer.
La radio, la música, la
información, el entretenimiento, el conocimiento... siempre están ahí, a
disposición de quien quiera engancharse al dial para divertirse, para
relajarse, para saber, para asombrarse, para disfrutar o simplemente, para dejarse
acompañar, porque eso y no otra cosa es la radio: un universo sonoro nacido en la
mente de la locución y que va como una flecha, dirigida directamente al corazón
de quien decide escuchar y, ¡oh prodigio!, ahí está, nuevamente la magia de la
comunicación, de la posibilidad de interactuar, de dejarse mecer, llevados
locutores y oyentes como por una corriente de complicidades que no están
escritas en ninguna parte, pero que ahí están. Y se repiten a diario, y se
renuevan cada día, con una suerte de colaboración contínua, maravillosamente
sorprendente.
Porque la radio... es
así...
En el estudio de radio se
enciende la luz del piloto encarnado. La música de fondo se mitiga para que la
voz reine sobre el silencio. Todo es fácil, fluido, apasionante y a la vez
energético, entusiástico, iluminador. La
voz sabe que ha llegado su momento y actúa con una gran soltura, seguridad y
profesionalidad ante el micrófono. Coge aire quedando a medio camino entre el suspiro y la exhalación
y con una media sonrisa saluda a los oyentes: “Buenos días amigos!”, “Buenas
tardes queridos oyentes!”, “Buenas noches, cómplices de la oscuridad...”
Así es la radio.
Así es Connexionsradio.cat.
Enlazados sin miedo y sin
mesura. ¿Comenzamos?
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