Tarde de invierno. Fría. No, más que fría, helada, gélida.
Sopla el viento y remueve las ramas frágiles de los árboles desplumados. Las personas caminan rápidas por la calle, cada cual con sus quehaceres, con sus deberes, con sus vidas. Quizá camino de su casa y de la calidez de un hogar que espera.
En un día así, con nieve, con lluvia, con frío, apetece una música cálida, a pesar de que también habla del invierno. Quizá un buen libro, quizá un tazón de chocolate, quizá una rato de calma leyendo, escuchando, escribiendo... incluso sin hacer nada, nada más que contemplar con qué lentitud cae la nieve y se posa suave sobre el suelo; con qué incidencia cae la lluvia fría desde el cielo; cómo el día se marcha.
La música la pone nuestro violinista preferido, David Garret y las letras uno de los poetas más sensibles y dulce de la generación del 27: Rubén Darío y su Canción de Invierno.
Un consejo: combinad lectura y música. Connexions Culturals ss ofrecemos los ingredientes para un plato exquisito, preparado para ser degustado en cualquier momento. Mejor siempre en compañía.
Que lo disfrutéis.
DE INVIERNO
En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón.
El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su hocico la falda de Aleçón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.
Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño:
entro, sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño
como una rosa roja que fuera flor de lis.
Abre los ojos; mírame con su mirar risueño,
y en tanto cae la nieve del cielo de París.
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